SIKKENS Y LOS "CHICOS DEL COBRE"

Sikkens y los “Chicos del Cobre”. Antecedentes (¿Quiénes son los niños del cobre?)
Sikkens, situado en el distrito de Agbogbloshie en Accra, la capital de Ghana, es uno de los mayores vertederos de aparatos electrónicos que existen en el mundo. Antes de la llegada de los primeros cargamentos de residuos electrónicos era un gran humedal por el que discurría el río Odaw vertiendo sus aguas en la Laguna de Korle. Allí se levantó en los años 80 del pasado siglo el asentamiento de Konkomba, en sus inicios un campamento para los refugiados de la guerra entre los pueblos Konkomba y Namumba.
Pero no fue hasta el final del pasado siglo cuando el paisaje comenzó su dramática mudanza coincidiendo con la firma en 1989 del Convenio de Basilea, un tratado internacional que pretendía establecer un severo control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación. Su objetivo era atajar el problema del creciente comercio de productos tóxicos para su eliminación en países con legislaciones laxas, como era, y sigue siéndolo, el caso de los países del occidente africano. En aquellas fechas un buen número de países, entre los que figuraban los EEUU, Reino Unido, Japón, China, India, Holanda, Alemania o Dinamarca, firmaron un tratado de ayuda en la forma de donación de tecnología por el que dichos países ofrecerían equipamiento de segunda mano para el desarrollo de Ghana. Estas donaciones se convertirían al cabo del tiempo en un regalo envenenado ya que todos estos objetos usados, a menudo cedidos en su origen con la mejor de las intenciones, encontraron un camino perfectamente legal para entrar en el circuito de las ventas de bienes usados en el país, ocultando de esta forma la misma triste realidad: vertidos incontrolados de productos altamente tóxicos. En la actualidad, y a pesar de las convenciones internacionales, el puerto de Tema, el más importante del país, recibe en torno a los 600 contenedores mensuales repletos de equipos electrónicos obsoletos etiquetados de forma fraudulenta como “bienes de segunda mano”.
Más a menudo que no, los dispositivos y máquinas no consiguen funcionar en su nuevo hábitat (se ha calculado que al menos el 60 % de los equipos embarcados son descartados para su venta como productos de segunda mano), con lo que acaban vertidos en el gran basurero en el que se ha convertido este enclave del distrito de Agbogbloshie. Allí, sin ningún tipo de control sobre el reciclado de los materiales, se ha establecido un dinámico negocio en torno a la compra-venta de las materias primas recuperadas. Niños y jóvenes entre los 7 y los 30 años, a menudo sin escolarizar, se han convertido en los principales valedores de este mercadeo incipiente que terminó por cambiar la fisonomía de la laguna, ya difícil de reconocer. Los escasos 2'5 € diarios que consiguen de la venta del cobre y aluminio, los principales metales recuperados, sin duda no van a resolver sus problemas para vivir con una dignidad que apenas si se atreven a soñar. A cambio, son víctimas fáciles de los gases emanados en la quema de los revestimientos plásticos de electrodomésticos y todo tipo de dispositivos electrónicos, y de kilómetros y kilómetros de cables sin conexión alguna posible. Este es el final inexorable y oculto de nuestra propia cadena insaciable de consumo.
Los viejos televisores de plasma, los ordenadores de sobremesa o portátiles descartados los que configuran el paisaje agobiante del vertedero de Sikkens. Hay montañas de neveras y congeladores, sistemas de alta fidelidad que ya nadie escucha, formaciones de teclados, pantallas, legiones de ratones… Las envolturas de plástico se queman para liberar el cobre; el aire es espeso, huele a metal y los gases tóxicos desprendidos por la combustión de las placas y componentes electrónicos han envenenado el antiguo asentamiento.
Nadie allí habla de los niveles del plomo, de las partículas como el cadmio, mercurio, arsénico y las dioxinas; pero el deterioro medioambiental es un hecho irrefutable que padecen en silencio los jóvenes que allí se buscan la vida. Ya en 2008, científicos ligados a la organización Greenpeace advirtieron, después de recoger muestras de los sedimentos, del alto grado de contaminación del agua de la laguna y de las partículas en suspensión en las zonas donde se practica la quema a cielo abierto. En estas muestras, la presencia de plomo era 100 veces superior a las de suelos y sedimentos no contaminados. También se encontraron cantidades importantes de fatalitos, bien conocidos por alterar la reproducción sexual, o de dioxinas cloradas, con una relación directa en el aumento de los casos de cáncer en la zona.
Nadie advierte a estos jóvenes del veneno que respiran, ni ellos son conscientes del peligro al que se enfrentan; tan solo padecen en silencio el lógico cuadro de síntomas: dolores de cabeza, problemas respiratorios, náuseas, anorexia o insomnio, el primer aviso de enfermedades más severas e irreversibles. Y luego están, compañeros inevitables de toda degradación social, la delincuencia de baja estopa, el menudeo de drogas, la prostitución y la violencia a la que viven regularmente expuestos. Pero ellos caminan tranquilos, ajenos a su propia destrucción, apenas calzados con unas breves sandalias; para ellos Sikkens es su presente, un tránsito hacia otras vidas mejores. Son chavales optimistas que creen sin dudarlo por un momento que pronto saldrán de Agbogbloshie, que pronto encontrarán nuevas oportunidades que les abrirán las puertas a sus sueños.
Abdel Faruk, Small, llegó a Accra cuando apenas contaba 10 años. Su madre, Ramatu, acababa de morir y él había tomado la decisión de buscar su propio rumbo y fortuna lejos de su Zabzugu natal, al norte de Ghana. Atrás había dejado a su padre, Awudu, casi ciego a causa de sus cataratas y, tal y como cabría esperar, una gran familia: 4 hermanas de su madre fallecida y otros 5 hermanos, tres varones y dos mujeres, que su padre había tenido con su primera mujer. Algunos de sus hermanos habían probado fortuna en la vecina Togo, pero él prefirió ser el primero en intentarlo en la capital, Accra.
Cuando lo conocí, Small llevaba dos largos años recuperando cobre en el vertedero de Sikkens. Recién llegado a la capital tuvo que dormir al raso hasta que conoció a alguno de los que serían sus compañeros, con los que poco a poco fue estrechando lazos. Pronto ellos se convertirían en su familia; con ellos compartía una casita en Konkomba, en la ladera contigua al río Odaw, un espacio breve y diminuto en el que guardaba su hatillo de plástico, que atesoraba todas sus pertenencias. Con todo, la mayor parte de su vida se desarrollaba en la calle. Por un par de cedis (aproximadamente ½ € al cambio) podía comer un plato; y por unos céntimos más podría disponer de una bolsita de pure water (agua purificada). Small, como todos sus amigos, fantaseaba con una vida mejor, con reunir el dinero suficiente como para dejar atrás todo aquello; pero sabía vivir su presente con una madurez y una nobleza que continuamente contradecía su corta edad y que hubiera sacado los colores a no pocos adolescentes europeos.
Faruk hablaba a menudo en estas ocasiones de formar una banda y hacer música con Moses, uno de sus amigos ya fogueado en el mundo del hip hop y otros ritmos africanos. Para ello, soñaba, como todos los demás hacían, con ganar un buen dinero y marcharse de Agbogbloshie. A todos ellos les gusta afirmar que sus días en el vertedero están contados; que están allí de paso; pero lo que aún no saben es que muchos de ellos acabarán por volver. Faruk tenía no pocos amigos allí, Chief, Mooro, Idris, Hanan, Awal, Moses, Mohamed y Yaru entre otros, todos ellos emigrados del norte como él; compartiendo historias parecidas, protegiéndose, animándose a perseguir sus proyectos; ellos eran su familia de Sikkens; aun así, a menudo le sorprendía ensimismado, atento a la única foto que conservaba de su padre y que siempre llevaba consigo. Me confesaba que lo echaba mucho de menos y que, por encima de cualquier otro sueño, su deseo más íntimo era poder volver a su pueblo con el dinero suficiente para construirse una habitación junto a la de su padre, tal y como solían hacer los hermanos, hasta formar un patio familiar común donde convivir.
Objetivos del proyecto.
El objetivo que asumimos es doble. Por una parte pretendemos ayudar a los protagonistas del proyecto, los “chicos del cobre”, a mejorar sus condiciones de vida. Por otra parte, buscamos participar en la concienciación de nuestros jóvenes locales en el tema del uso y disposición de los dispositivos electrónicos que forman parte de su cotidianidad. Necesitamos informar del destino final que se da a dichos aparatos, así como las consecuencias de nuestra desidia para intentar modificar sus patrones de consumo indiscriminado y evitar su contribución, a menudo inconsciente, a la aparición de nuevos basureros “globales”.
• En un primer momento, al finalizar el tercer viaje a Accra, ayudamos a Faruk con la compra de los materiales necesarios para construir esa estancia familiar que él tanto añoraba en su pueblo natal, Zabzugu. Esto permitió al joven Faruk ensanchar sus perspectivas vitales lo que, a la postre, le ayudaría a alejarse del basurero de Sikkens. Me comentaba que le gustaría volver a estudiar en la escuela de Zabzugu, una zona eminentemente rural al norte de Ghana donde la única actividad posible es el cultivo de un tubérculo local, el Nyam, que constituye la base de la alimentación del país. Era consciente de la posibilidad de alternar sus estudios mientras colaboraba con la economía familiar; pero asistir a la escuela solo es posible cuando se dispone del dinero suficiente para comprar el uniforme y pagar las tasas correspondientes, algo muy alejado de sus posibilidades.
• Conscientes de que la situación de Faruk es compartida por el resto de niños y jóvenes de la localidad, entendimos que si apoyábamos directamente a la escuela de Zabzugu, con material escolar, conseguiríamos ampliar el ámbito de nuestra ayuda, extendiéndola a otros jóvenes con similares problemas y perspectivas.
• Y, finalmente, no queríamos dejar abandonados a su suerte a los amigos más cercanos de Faruk en Accra, Mooro, Chief y Moses. Es por ello que nos planteamos al mismo tiempo dar un impulso a sus sueños, ayudándoles a desvincularse del vertedero y prestándoles apoyo instrumental para que Chief pudiera adquirir una máquina de coser con la que se acercaría a su sueño de convertirse en sastre. Por su parte, con nuestro apoyo, Moses podría producir su primer disco difundiendo su música y sus rimas, una constante en su día a día en el vertedero de Sikkens. El proyecto solidario permitiría así mismo la compra de los materiales necesarios para que éstos construyeran sus viviendas en las que realojarse.
Objetivos cumplidos tras el viaje realizado en el mes de Oct 2022.
FECHA DE LA CHARLA
3 Marzo 2023
HORARIO:
19.00 h.
LUGAR
C. Cultura- Sala de conferencias
DIRECCIÓN:
Plaza Jaume I - Dénia